En Maracaibo, cuando comienza la temporada de beisbol, solo un juego de las Águilas del Zulia supera al resto: el del “Clásico de la Chinita”.
Cada 18 de noviembre, las zulianas y los zulianos celebran la jornada de mayor tradición cultural-deportiva que hay en el país con un ritual que comienza, la noche anterior, con los innumerables amaneceres gaiteros dedicados a la Virgen de La Chiquinquirá.
El principal juego de la feria -como el de hoy, cuando las Águilas enfrenten a los Tiburones de La Guaira- se denomina “Clásico de La Chinita” por ser la continuación de una jornada llena de homenajes dedicados a la que muchos llaman “Patrona de los Zulianos”; por ello, la mayoría de las y los asistentes al estadio finalizan su largo itinerario que comienzan 15 horas con los famosos conciertos nocturnos que se extienden hasta que sale el sol.
En Maracaibo, la diversión, veneración a la virgen, recuerdos y tradición se mezclan todos los 18 de noviembre en en el estadio Luis Aparicio “El Grande” de Maracaibo.
Las y los asistentes siempre ligan a sus Águilas, que han ganado 22 de 40 encuentros en ese misma fecha, pese a que en muchas ocasiones el equipo ha dejado a sus aficionadas y aficionados con las ganas de verlas ganar; esto, hasta el punto de que algunos fanáticos todavía usan la frase de que “a la Chinita no le gusta el beisbol”.
“La expectativa se comienza a vivir en la ciudad desde una semana antes. La ciudad está de feria y eso incide en el ánimo del zuliano. Hay una mezcla de fervor por lo religioso y deportivo; por ello, el público se siente motivado”, explicó Luis Bravo, fotógrafo del Diario Panorama, quien cubre estas jornadas desde hace 19 años.
“He tenido la oportunidad de mezclarme con la gente en las tribunas para hacer mis fotos y se siente en el ambiente que preparan todo para ese juego. Los que van al amanecer se pasan directamente al estadio y hacen colas desde temprano para entrar”, agregó Bravo.
Una pasiónAl igual que la afición, los jugadores viven de una manera especial cada encuentro de este tipo. Todos quieren jugar el partido y ganarlo. Más que sentirlo como una especie de cábala, un triunfo en esa jornada significa un gran incentivo para cada uno.
“Este es el momento más especial que he tenido con las Águilas. Conectar el batazo del triunfo es un regalo que les damos a todos estos fanáticos”, recalcó Ernesto Mejía, actual cuarto bate del equipo, luego de definir (1-0) con un tubey en el décimo inning el encuentro el año pasado, en el cual las Águilas se impusieron (1-0) a los Bravos de Margarita.
El inicialista es el máximo jonronero de la divisa; ha sido vital en las últimas tres clasificaciones de la novena a la segunda ronda y siempre es ovacionado por los fanáticos aguiluchos cuando sale a batear. Pese a todo esto, Mejía priorizó el momento del tubey por encima de otros.
Para hoy, el zurdo y primero en la rotación de los Águilas, Alex Torres, solicitó la pelota para lanzarle a los Tiburones de La Guaira, tal como lo hizo el año pasado el zuliano Yusmeiro Petit, cuando les lanzó a las Águilas en defensa de los Bravos.
Jugar el Juego de La Chinita no solo significa un reto para los jugadores rapaces. También los que son zulianos que militan en otras escuadras sueñan con estar allí.
César Suárez (tercero en el liderato de bateo del actual campeonato con .369) es zuliano y juega con La Guaira. El patrullero se frota las manos cuando piensa en la jornada de hoy. Lógico: su familia estará acompañándolo, pero también le palpita el regionalismo por querer lucirse al ayudar a los Tiburones.
“Todos los zulianos que jugamos en otros equipos quisiéramos poder estar presentes ese día para compartir con todo el pueblo que nos vio crecer jugando. Para nosotros La Chinita es parte de nuestra religión y de nuestras creencias”, recalcó Suárez, quien en el estadio Universitario de Caracas es presentado como “El Maracucho”.
El deseo de Suárez es sentenciar el encuentro a favor de los litoralenses, pese a que siente el “zulianismo” por dentro; tanto, que le pide comprensión a la afición naranja en caso de que se cumpla su sueño.
“Este será mi primer juego de La Chinita y, de verdad, estoy ansioso por jugarlo. Soy un profesional, y aunque sea zuliano defiendo a los Tiburones. En Maracaibo los aficionados son bien duros, pero les pido que entiendan y se coloquen en mi lugar, porque solo salimos a hacer nuestro trabajo”, apuntó. Después, el jugador dejó claro de dónde viene: “Mi carrera la hice en otros equipos, pero no puedo desligarme de mis raíces, dejar de sentirme zuliano y celebrar esta fecha importante”.
Gerardo Ávila, otro zuliano que juega con Caribes de Anzoátegui, completó lo dicho por Suárez al calificar esa jornada como una fiesta.
“Hay que estar parado en la raya de cal para saber lo que se siente. El ambiente es de una sola fiesta, porque todos salen a las calles a celebrar el día de La China. Cuando era niño, soñaba con llegar a las Grandes Ligas, pero más con estar presente en un Clásico de La Chinita. Ese día todos tus amigos de infancia y familiares están en las gradas mirándote y aupándote”, recalcó Ávila.
Parte de la historiaCésar Suárez no había nacido cuando la novena que defiende, los Tiburones de La Guaira, prácticamente refundaron estos Clásicos.
En la década de 1960 Luis Aparicio Montiel ya era el mejor campocorto en las Grandes Ligas. El zuliano jugaba en Venezuela con los Tiburones de La Guaira, debido a que en el Zulia, tierra en la cual se inició la disciplina, no había un equipo en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional.
El vacío que dejó la desaparecida Liga Occidental (1963) que se jugaba entre abril y septiembre, intentaba ser llenado con los juegos que Aparicio disputaba en Maracaibo con los Tiburones cada 18 de noviembre.
Por pocos años, La Guaira llegó a ser el equipo de los zulianos, debido al liderazgo que imprimía Aparicio, su máxima estrella y máximo representante de los petroleros en la Liga Venezolana, la cual estaba conformada, mayormente, por los equipos del centro del país.
La historia cambió en 1969 cuando nacieron las Águilas del Zulia, escuadra que cuatro años más tarde recibió a Aparicio a cambio de otros peloteros que pasaron a las filas de la novena del litoral.
Con Aparicio uniformado de “aguilucho”, el juego de La Chinita revivió nuevamente el sentimiento zuliano que despertó años atrás la Liga Occidental.
Momento histórico“Ese juego tiene mucha historia. Mucha gente piensa que es especial solo por que es parte de la feria, pero no es así; es mucho más que eso”, recalcó el periodista deportivo Antonio Núñez Rovira.
El comunicador social, de 82 años de edad, sacó sus recuerdos a flote luego de rememorar el día en el que Luis Aparicio Ortega “El Grande” le entregó el bate y guante a su hijo Luis Aparicio Montiel. Fue el 18 de noviembre de 1953, día en el que “El Grande” se despidió como pelotero activo.
Aparicio Montiel fue el segundo bateador del equipo Gavilanes, archirrival de Pastora que perdió (7-4) ese mismo día en el estadio Olímpico de Maracaibo, ahora Alejandro Borges.
Luis “El Grande” le dio el bate a su hijo después de que el pitcher Howard Fox le hizo un lanzamiento malo. Segundos antes lo llevó hasta el home plate en lo que fue el verdadero inicio de quien años más tarde se convirtió en el primer venezolano exaltado al Salón de la Fama de las Grandes Ligas.
“En ese momento, al comenzar las acciones, se anunció el cambio y ‘Luisito’ debutó en el beisbol profesional”, agregó Nuñez Rovira, uno de los pocos zulianos con vida que asistieron a esa jornada.
La historiaEl escritor cuenta que en el estadio hubo una ovación cerrada para Aparicio. Pese a que las tribunas estaban divididas, tanto gavilaneros como pastoreños se colocaron de pie para aplaudir el cambio.
“En ese momento se acabó, momentáneamente, la rivalidad. Los pastoreños estaban a un lado y los gavilaneros en otro, pero cuando anunciaron a Luis todos lo aplaudieron. Estábamos viendo al hijo del mejor campo corto del país. Después, con los años, nos daríamos cuenta de quién fue ‘Luisito’”, recalcó Núñez Rovira.
El choque marcó la vida de los Aparicio. Luis “El Grande” entendió que su hijo seguiría sus pasos y Luis “junior” asumió un compromiso que con los años cumplió con creces, hasta llegar al Hall de la Fama en Coperstown.
“Desde ese momento, todos los 18 de noviembre, para mí son inolvidables. Es como si Dios hubiese querido que yo debutara ese día, porque lo iba a hacer un día antes”, recordó Aparicio Montiel, en el relato que le ofreció al periodista Augusto Cárdenas, quien escribió el Libro “Mi Historia”, el cual relata la vida del campocorto retirado.
Una fuerte lluvia que cayó en Maracaibo la noche del 17 de noviembre de 1953, evitó que el juego se efectuara; por ello, todo quedó servido para que se escenificara a plena luz del día el 18 de noviembre.
El jugadorrecuerda los tiempos en los que su padre le hablaba sobre lo que podía ser su profesión. Igual, siguió sus pasos y más cuando su progenitor lo incitó a que hiciera lo que quisiera; “pero en lo que hagáis, tenéis que ser el mejor”, le dijo.
En esa temporada de 1953 Gavilanes decidió darle la oportunidad Aparicio Montiel, en procura de reforzar defensivamente su equipo, de acuerdo al historiador José Joaquín (J.J) Villasmil; por ello, su primera temporada significaba el asentamiento del nuevo jugador de 19 años de edad.
Julio Bermúdez, de 84 años, es otro gavilanero que vio el episodio y en su relato destacó que “Luisito” nunca se vio nervioso; todo lo contrario, “estaba tranquilo y comenzaba a mostrar lo que después sería en Grandes Ligas”, recalcó.
Aunque Aparicio Jr. se fue de 4-0 y en su primer turno fue retirado por la vía 1-3, hizo un par de outs a la defensiva. En ese instante comenzó su camino a las Grandes Ligas en lo que fue una larga carrera llena de muchos reconocimientos.
“Cada 18 de noviembre, todos los zulianos recuerdan este episodio. Ahora, más que los premios que se dan en nombre de Luis y las festividades, el 18 de noviembre es la historia viva del beisbol zuliano”, refirió Bermúdez.
Grandes recuerdosLuego de 59 años de aquel recordado debut, las zulianas y los zulianos aprovechan en la actualidad para ver nuevamente a “Don Luis”, como muchos le dicen, en el diamante del estadio que lleva el nombre de su padre.
Aparicio Montiel, amablemente, comparte con su público, firma autógrafos, se toma fotos y repite una y otra vez distintos anécdotas que vivió en esos años.
“Una vez iba caminando en el mercado con mamá. La gente me miraba porque ya sabía quién era yo. Lo que más repetían los fanáticos de Pastora era: ‘tuvimos que bregar 30 años con el padre y ahora tenemos que calarnos a este’”, contó Aparicio en sus memorias.
El jugador retirado lo hizo al rememorar la época del “beisbol romántico” en el Zulia, la misma en la que reinaban Gavilanes y Pastora, la que cuando un equipo era blanqueado, al otro día amanecían colgadas nueve arepas (arepas de verdad) en las casas de sus fanáticos, hechas por sus homólogos ganadores.
“Escucharlo es entender que lo que le sucedió ese día no es una casualidad. La carrera del pelotero más importante de Venezuela comenzó un 18 de noviembre, en el juego más importante de dos divisas que tenían una gran rivalidad y, para rematar, lo hizo de la mano de su padre. A uno, como periodista, Luis Aparicio le deja una gran enseñanza”, recalcó Cárdenas, escritor del libro.
El presenteEn el diamante marabino, Aparicio siempre le entrega una estatuilla con su figura al grandeliga venezolano que más se destacó en Estados Unidos.
Hoy, Miguel Cabrera, quien lideró los departamentos de average, carreras impulsadas y jonrones en la Liga Americana, recibirá por tercera vez su premio.
“Para mi es un honor y más si tengo que volver a compartir con Luis Aparicio”, exclamó el tercera base de los Tigres de Detroit, cuando se supo ganador del premio.
En lo deportivo, Águilas buscará hoy su triunfo 23 en el “Clásico de la Chinita”, en procura de asentarse más en la clasificación y brindarle la alegría a su afición, una de las más exigentes de la nación.
Texto/ Alex Carmona-Jhondeni Jaramillo